sábado, 6 de diciembre de 2008

Ahogado



Cuando el instinto le ganó, dio la bocanada tratando de jalar aire; sus pulmones se llenaron de agua.



domingo, 4 de mayo de 2008

Homenaje a Kounellis


Cables de acero entorchado se extienden desde diferentes puntos del infinito, a la velocidad de la luz, con rumbo fijo.

El piso era de madera vieja, cada paso crujía y el eco sonaba en todo el recinto, obligándonos a guardar un silencio solemne. Al centro, tres cruces formidables, cuyas vigas eran de acero, habían caído hace incontables años, abandonadas por un Cristo y dos ladrones gigantescos. Nosotros caminábamos por los cubículos que las rodeaban, mirando trozos de cristal o rollos de ropa vieja, prensados entre vigas de acero montadas en caballetes también de acero, jaulas de ave aún sin ocupar, almacenadas en una vitrina, polvo de café, con aroma a café, que caía de un péndulo movido por el viento. Al fondo, un tronco enorme y desprovisto de corteza, colgaba de una cadena sujeta al techo, a unos centímetros de su base, una mesa de madera petrificada esperaba eternamente la conclusión del rito. De pie frente a la mesa, observando el tronco que pendía como un cuerpo amputado, comprendí que aquello era un altar, y en ese momento, los cables de acero entorchado me atravesaron en diagonal, de lado a lado, de arriba abajo y continuaron sus caminos desde diferentes puntos del infinito, a la velocidad de la luz, con rumbo fijo.

martes, 29 de abril de 2008

El claustro


Tamborileo los dedos sobre la mesa de madera tratando de recordar dónde estoy y por qué estoy aquí.

La silla es de madera y creo que el suelo también; me agacho: sí, también. Tamborileo.

¿Será la pared? Me levanto y camino despacio con las manos extendidas, tanteando: sí, también. Vuelvo cauteloso hasta la silla y me siento. Tamborileo.

¿Habrá puerta? ¿Será de madera? Recorro completas dos de las paredes y a mitad de la tercera encuentro la puerta: sí es. Busco mi silla con cuidado. Tamborileo.

¿Dónde estoy? ¿Por qué estoy aquí? Tamborileo.

Regreso a la puerta y la abro; la luz me deslumbra pero me acostumbro poco a poco. Al fin puedo ver: ¡claro, ya recuerdo! Cierro y vuelvo despacio a mi silla. Tamborileo...tamborileo.