jueves, 1 de febrero de 2007

La lagartija






(Carta a mis amigos en un momento en el que no podía estar mejor)

Hoy me siento muy contento. Me levanté muy temprano pero muy tarde para mis planes. Revisé mi trabajo por última vez antes de ir a entregarlo y corroboré una vez más las sabias palabras de Anthony Hopkins: "¿Qué es lo que más le gusta de su trabajo, señor Hopkins?" "Terminarlo."

En el metro traía media sonrisa en la cara, cuando cruzó por mi mente la idea de que más bien traía cara de estúpido me dio un ataque de risa. Y allí iba, ríete que te ríe como loco, como si me hubiera acordado de algo muy chistoso, pero en realidad me estaba burlando: qué cara de estúpido llevaba. Menos mal que me empecé a reír.

Vi como a cuatro mujeres que eran peligrosas porque no sé lo que haría por estar con ellas, seguramente nada, porque no hice nada.

El camionero no tenía cambio de veinte pesos y me dejó subir sin cobrarme, pero un señor muy acomedido me cambió el billete para que no me quedara con la angustia de no haber pagado mi pasaje.

Otro señor, alto, flaco, cabello canoso bien peinado, iba caminado delante de mí cuando le salió al paso una lagartija de color muy bonito, verde claro; el señor brincó y la lagartija corrió siguiendo su camino, ¿quién se habrá asustado más?

Vi sonrisas por todas partes, o para ser más preciso, todo lo que vi me provocó una sonrisa. No tengo dinero, ¿habré encontrado respuestas a mis inquietudes ontológicas y cosmogónicas? No, tampoco. ¿Entonces? ¿No me iré a morir? Porque si hoy me muriera, no sería tan terrible.

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